Al Maestro, ese que algunos saben y otros especulan.
La vida se gradúa en años por ser éstos una unidad temporal relativamente estable desde el punto de vista vital y social: dan cuenta de procesos, personas y circunstancias muy diferentes, pero que se pueden redondear en cuentas llanas: «hace unos cinco o seis años», «hará unos diez años», «anda por los treintaicinco, cuarenta años de edad». Es un convencionalismo generalizador, y por tanto, sencillo. Sin embargo, resulta que los años están compuestos de subunidades temporales de las más diversas índoles: semestres, cuatrimestres, meses, quincenas (nuestras favoritas), semanas. Mi favorita, y la unidad básica por excelencia, es el día, pues habla de sucesos más puntuales, más cercanos al cotidiano de todos nosotros que a la generalización que excluye hechos y personas por igual. Por eso es que en lo personal prefiero hablar de que el ISIDM cumplió un montón de días, 7 300 en concreto, más que 20 años.
¿Qué implicaciones tiene pensar en días y no años? Creo que la más importante es la de desacralizar a la institución, ponerla a nuestra altura. Nosotros no estuvimos en el Instituto esos 20 años, pero si hemos andado por esos pasillos, esas aulas, el suficiente tiempo como para llegar a encariñarnos con sus pequeños regalos cotidianos: el arroz con leche en la cafetería, el sol entrando por las celosias y encandilándonos cuando se refleja en el pintarrón, la plática amena a la sombra del ciprés del patio. Pequeños y últimos placeres, aunque también tendríamos que poner nuestras pequeñas derrotas cotidianas: la falta de cañón y laptop, el internet que va y viene, el calorón de mayo y las lecturas ilegibles de las antologías. Ambas listas pueden llegar a ser interminables.
Sin embargo hay otro aspecto que hace grande a una institución, y esa es su gente. Los mitos fundacionales y los panteones institucionales(entendiendo panteón como una metáfora del lugar de residencia de los dioses) son importantes de conocer, son parte de la identidad y la historia de nuestro entorno. Pero yo más bien hablo de la gente que vemos a diario, y que se encarga no solamente de llevar a cabo un trabajo, sino de que no se nos venga el Instituto encima. Sus historias, sus nombres y apellidos, yo no los voy a rescatar. Prefiero dejar que Ustedes hagan ese recuento, y que piensen en esa o esas personas del ISIDM que de una u otra manera han hecho de su paso por aquí algo más llevadero y agradable. Finalmente descubrirán que esa persona y esa circunstancia estuvieron ahí un cierto día de tantos. Un día que pudo haber hecho la diferencia en su trayecto institucional.
Veinte años son motivo para celebrar, por supuesto que si, pero prefiero la intimidad y discresión de celebrar cada día en el Instituto, como una oportunidad que se me da de seguir aprendiendo y conociendo de gente tan valiosa y circunstancias tan enriquecedoras.
Y pues nada, felicitémonos, que nos lo merecemos. Vamos por ese trozo de historia que aun nos falta alcanzar.